Esto es una historia de tránsito. Tráááááááááánsito. Voy en un tren. Sentada de cara a la dirección en que se mueve. Voy sentada en un tren que se desplaza por lo tanto. POR LO TANTO: Esto es una historia de tránsito. El tren de momento no va a ninguna parte. Huele a tubérculo y a tierra y junto a mí hay una mujer cuyo bebé llora sin cesar. ¡César! Así se llama mi hermano. El mismo que me dijo ayer —ayer, en mi casa— que las cosas serían más fáciles si yo estuviera muerta. M u e r t a. Eso ha dicho. A veces también yo lo pienso. Que las cosas serían más fáciles. Pero que me lo diga mi propio hermano mi propio César es doloroso, dolorosísimo. César nunca ha sabido decir las cosas con la suficiente delicadeza. Claro que ¿cómo se puede decir delicadamente «ojalá estuvieras muerta, María Teresa»? Ya no me llama MaTé. Nunca me llama MaTé desde hace muchos años mucho tiempo, han pasado muchos días desde la última vez. Voy en un tren que se desplaza lejos de César, lejos muy lejos de MaTé. ¿Y si no soy MaTé, soy María Teresa? Es tan formal que me da vértigo. Yo, que llevo las medias rotas y los calcetines sucios. Yo, que lavo la ropa en la ducha y olvido fregar los cacharros durante días. Menos mal que está Tina, que pone orden en mi mente. Tina. Estaba, quizá debería decir estaba. Cuando me subí a este tren que ahora se desplaza Tina ya no estaba. Ya no formaba parte de mi vida, ni de quien soy, ni de cuanto tengo.
Adiós Tina, adiós César, hola María Teresa.